viernes, 9 de mayo de 2008

La iconografia de la Virgen del Rocio y su proceso de fijacion, y (I):

Grabado con indulgencias del arzobispo
Gil Taboada, h. 1720-1722.

1. Introducción


La imagen de culto de Nuestra Señora del Rocío, patrona de Almonte, alcanzó la imagen visual por la que hoy es conocida universalmente, en sucesivas transformaciones experimentadas entre los siglos XVI al XVIII, que quedaron fijadas en grabados y litografías de los siglos XVIII y XIX.


Por imperativos de la moda o por inspiración de mentes muy formadas teológicamente, se introdujeron unos cambios trascendentales, que afectaron tanto a la forma externa de la imagen como a la adjetivación específica de la devoción.


Desde su iconografía primitiva como Virgen Hodegetria, escultura de talla completa, con el Niño en el brazo izquierdo, pasó a la configuración de imagen de vestir, como Virgen Majestad, con el Niño entronizado en su pecho. La titulación toponímica (de las Rocinas) quedó transformada en un título pneumatológico (del Rocío). La fiesta, que se celebraba el 12 de septiembre, se trasladó al lunes de Pentecostés.


2. La primitiva imagen de talla


Hasta finales del siglo XVI, y desde hacía tres siglos, los almonteños y demás devotos veneraban en la ermita de las Rocinas a la Virgen María, en una imagen de talla escultórica completa, representada de pie, portando el Niño en su brazo izquierdo, y ostentando en la mano derecha un atributo, que podría ser una flor de lis, o algún otro símbolo.


Bajo los actuales vestidos, se conserva en buen estado aquella primitiva escultura de la Stma. Virgen del Rocío, de poco más de un metro de alto, al decir de José Alonso Morgado. Una cinta que se vendía en el Santuario atestiguaba la medida de 0,85 ms. de alto, en la que posiblemente no se incluyera la altura de la cabeza.


Las descripciones de José Alonso Morgado, en 1882, y de Santiago Martínez, en 1949, coinciden en atribuirle las características formales y estilísticas de las obras góticas.
Alonso Morgado la sitúa en los inicios del s. XV:


«tiene completamente borrado su rostro, pende de sus hombros un sencillo manto pintado de azul, y el vestido está de verde, sugetándolo a la cintura una correa salpicada de estrellas de color de oro, dejándose ver entre los pliegues de la túnica por su parte baja, el calzado grana de forma puntiaguda. En el sitio del pecho al lado izquierdo, está perfectamente señalado el lugar que ocupó el Niño».


Todos esos cambios se producen en apenas 150 años, de 1600 a 1750, aproximadamente.
En el siglo XIX, las nuevas formas de vestir las imágenes y de adornarlas con ráfagas de rayos modifican el aspecto de la mayoría de ellas, mientras que la Virgen del Rocío retorna a la configuración visual que quedó determinada en el siglo XVIII, teniendo como signos distintivos la ráfaga de puntas y el rostrillo de plata repujada.


Testimonios orales aseguran, tras una reciente restauración, que la primitiva escultura ofrece un notable parecido con la Virgen de la Hiniesta, patrona de Sevilla, cuya réplica se conserva en la iglesia hispalense de San Julián, a la que hemos de acudir como punto de referencia. Se trata, pues, de una imagen de pie, según el modelo iconográfico de la Hodegetria, o Virgen Conductora, portando el Niño Jesús en su brazo izquierdo.


Apenas se insinúa la postura que en la estatuaria francesa se denomina hanchement, es decir, el desplazamiento de la cadera para contrarrestar el peso del Niño; postura del cuerpo que en fechas más avanzadas del gótico internacional -mediados del siglo XIV- será más pronunciada, como en la Virgen de los Milagros de La Rábida.


Al parecer, viste una túnica verde azulada, que modela el volumen de la pierna derecha adelantada, en contrapposto. Luce sobre la túnica un manto azul, orlado por fimbria dorada, que, desde sus hombros, cubre horizontalmente el torso en livianos pliegues. Por ambos lados, el manto pende verticalmente, dejando ver las vueltas rojas.

Siguiendo el curso de los pliegues, desciende una estrecha correa, salpicada de estrellas de oro. Bajo la rozagante túnica, asoman unos chapines de color grana y forma puntiaguda.


3. De la escultura de talla a la imagen de vestir


Por los volubles imperativos de los gustos estéticos, la imagen experimentó una radical transformación hacia fines del s. XVI o principios del XVII, para ser vestida de ricas telas, según la moda de la corte de los Austrias.


La costumbre de vestir imágenes la vemos ya en la Virgen de los Reyes, en el siglo XIII. No se opone la jerarquía de la Iglesia a esa costumbre: sólo exige que «no se adornen con camas ni vestidos que hayan servido a usos profanos, ni tampoco se adornen con los dichos vestidos Imágenes algunas», sino que «se aderecen con sus propias vestiduras, hechas decentemente para aquel efecto».

La indumentaria se compone de una basquiña o falda acampanada, con el verdugado o armazón cónico de aros, jubón o corpiño para cubrir el busto, con gorguera de encajes y ajustadas mangas con puños o vuelillos también de encajes, y enriquecidas con franjas horizontales de pasamanería. Sobre las mangas del jubón lucía otras, amplísimas, denominadas de punta o perdidas, que a partir del último tercio del XIX se convierten en mantolín. La cabeza se cubre con el propio manto, a modo de velo de vírgenes, y se enmarca el óvalo facial con el rostrillo, derivación de la toca de papos, adornada con puntas o encajes.

Para poder ser vestida, la primitiva talla sufrió una drástica intervención, consistente en la eliminación de brazos y manos y cambio de la infantil figura. La figura fue suplementada hasta alcanzar la altura de 1,56 m. Es posible que, a partir de entonces, los ojos de la Virgen adoptaran su dulce y seductora mirada baja, en lugar de la vista frontal propia de la imaginería gótica. El rostro, no obstante, conserva en sus facciones los rasgos característicos de las obras góticas: perfil agudo, con nariz recta, y sonrisa arcaica, que en arte griego se denomina eginética.



La imagen, vestida de Reina, como popularmente se dice, ha modificado su iconografía primitiva. De Virgen Conductora pasa a Virgen Majestad, que, en hierática frontalidad y en eje vertical, sostiene y ofrece al Niño con ambas manos delante de sí, patentizando la centralidad del misterio de Jesucristo. Como imagen de culto, rebosa contenido doctrinal: se muestra como Virgen, por la belleza sin tacha de su rostro. Como Madre, porta en sus manos a Jesús, el fruto bendito de su vientre.


Y puesto que el Niño ostenta el cetro y el orbe, atributos de la divinidad que aluden a la creación, el gobierno y la redención del mundo, María se presenta como Madre de Dios. Es Inmaculada y Asunta al cielo, por el vestido de sol, la media luna bajo sus pies, y la aureola de doce estrellas, según la visión de Apoc. 12, 1. Aparece, en fin, como Reina y Señora, por la corona y el cetro de la omnipotencia suplicante.


4. Patronazgo y cambio de advocación


El aumento de la devoción por el reconocimiento de notables favores alcanzados por mediación de la Virgen de las Rocinas -las sequías de 1617 y 1636, y la epidemia de 1649-, motivó a los cabildos secular y eclesiástico a elegir a la María Santísima de las Rocinas como celestial Patrona de Almonte, por encima del patronazgo de la Virgen de la Caridad de Sanlúcar, impuesto por los condes de Niebla en sus estados.


El 29 de junio de 1653 el Concejo, Justicia y Regimiento de la villa votaron por patrona a la Reina de los Ángeles, Santa María de las Rocinas. Al mediar el siglo XVII, se produce otro cambio trascendental, que afecta al título y a la fecha de celebración de su fiesta, y, en consecuencia, al contenido específico de la devoción y del culto.


Hasta ahora, la imagen tomaba nombre del lugar en que era venerada, o sea, de una ermita situada en el borde del arroyo de las Rocinas. El título toponímico ponía el acento en la protección divina que se pedía y se experimentaba en aquel lugar, por mediación de la venerada imagen. La fiesta se celebraba el 12 de septiembre, en el Dulce Nombre de María.


Ya en 1653, en el texto del referido voto, se nombra a la Virgen como Nuestra Señora del Rocío, atributo del Espíritu Santo, tomado de la oración postcomunión del día de Pentecostés. Desconocemos la fecha exacta y la persona que inspiró el cambio. La transformación no se hizo de forma radical, pues aún aparecen documentos de fechas posteriores que mantienen el título de Virgen de las Rocinas.


Con el nombre cambió también la fecha de celebración, pasando los cultos principales al lunes de Pascua de Pentecostés. A los símbolos marianos comunes se añadirían los del Espíritu Santo: la blanca paloma y la salamandra, y los colores, rojo del fuego del Espíritu y el verde de la esperanza de Pentecostés.

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